Amanda
Amanda era una chica muy guapa, simpática y que gustaba salir a divertirse y bailar como cualquier mujer joven; además en esencia también era inteligente. Básicamente Amanda era el tipo de mujer con la que prácticamente cualquier hombre quisiera tener una relación, aunque a pesar de ello muchos la tachaban de puta, una palabra muy fuerte para alguien que sencillamente gusta de ser libre sin compromisos.
El problema no era en sí que Amanda fuera o no puta, porque al final de cuentas cada quién es libre de hacer con su cuerpo lo que quiera siempre y cuando sea consciente de ello y no dañe a nadie más. Y es precisamente ahí donde radicaba el problema de Amanda. Su problema era que no ejercía su libertad conscientemente debido a problemas y traumas de una niñez que padeció por la obesidad y las molestias y abusos que de ello derivaron, además de una cierta falta de atención en casa; obviamente todo esto también derivó en una gran soledad interior.
Por eso, al crecer y convertirse en una bella mujer, una de sus primeras cualidades es que era bastante insegura de sí misma y necesitaba de la constante admiración y aprobación tanto de hombres como de mujeres. El que las amigas le dijeran que era muy guapa la hacía sentirse bastante bien; y el que los hombres la persiguieran y pretendieran obviamente la hacían sentirse aún mejor. Tan era así que en cuestión de chicos siempre tenía pareja, ya sea formal o casual, pero no podía pasar más que unas pocas semanas sin pareja debido a esa enorme soledad que sentía.
Desgraciadamente esto la llevaba a que no siempre escogiera al mejor partido; a veces tenía un patán, a veces a alguien que la veía como un trofeo, a veces alguien con su misma soledad, agravando la de ambos; a veces con algún hombre ya casado. Y lamentablemente con esto y debido a su inseguridad, cuando llegaba algún chico que la quería en verdad y con las mejores intenciones, solía asustarse y hacerlo a un lado consiguiendo mejor a otro más “común”. Obviamente esta serie de sucesos lo único que lograban era agravar su soledad y alimentar esa temida y mal usada palabra, “puta”.
La cuestión entonces no era que Amanda fuese mal llamada puta, sino que esa libertad que ejercía era como ya sabemos, producto de temores, malos tratos e inseguridades. Y quizá si todos esos hombres y mujeres en vez de usarla y juzgarla tan a la ligera se hubieran acercado a ella para aconsejarla y ayudarla, tal vez Amanda hubiese ejercido la libertad sobre sus sentimientos y su cuerpo de una manera más responsable, sin “jugar” con nadie, sin “usar” a nadie para aliviar sus males internos y su soledad, siendo más honesta con los demás, pero sobre todo, consigo misma. Sin embargo, ahí sigue Amanda, amando de la única forma que sabe, que ha aprendido, sufriendo derrota tras derrota, esperando a que llegue aquel hombre que piensa será su salvación sin saber que su salvación está en ella misma.
Foto por: Eric Ward