Paz
Paz siempre había estado en guerra contra la oscuridad con la que ella creía haber nacido, sobre todo en su adolescencia, cuando creía que todo era estúpido y todo mundo estaba contra ella, incluso su madre que tanto la adoraba y siempre se esforzaba en procurarle todo lo que necesitaba e incluso mucho más. Su madre no sólo se preocupaba por ella y trataba siempre de animarla, aunque a veces le pintaba el mundo un tanto benevolente y otras tanta más adecuado a la realidad, claro, esto sólo lo hacía para animar a su querida hija.
Entre esa realidad benevolente que la madre le pintaba y la propia furia interna de Paz, le provocaba un huracán de sensaciones y sentimientos encontrados, obviamente iba por la vida confundida acerca de todo, pero lo que más le causaba conflicto eran esas ganas de ser amada (sin saber que lo era inmensamente por su madre), tal era ese conflicto que la mayoría de las veces buscaba chicos de dudosa reputación, con los cuales siempre empezaba de maravilla y terminaba terriblemente, y claro, sufriendo y culpándolos no sólo a ellos, sino a sí misma. Pero, cuando encontraba un chico que en verdad la quería, ella se asustaba y creía no merecerlo, buscando de alguna forma inconsciente (y un tanto consciente también) sabotear la relación.
Y así durante mucho tiempo, durante su adolescencia y su juventud, Paz y su marejada de conflictos internos fue dando tumbos por la vida emocional, porque eso sí, en su vida profesional era bastante buena, era una músico extraordinaria que tocaba con genialidad el chello y maravillaba cuando lo hacía. Sin embargo muchas veces llegaba a casa, a su solitaria casa como ella decía (a pesar de aún vivir con su madre) a tumbarse en la cama con una botella de vodka, ella se decía que sólo tomaba una copa para dormir bien, aunque casi nunca quiso darse cuenta que muchas veces se bebía media botella que es cuando caía profundamente dormida.
Pero llegó un día en que la tormenta que Paz creía que siempre se cernía sobre ella sería peor, su trabajo en la escuela de música llegó a su fin cuando el director, cansado ya de haber dicho tantas veces que debería llegar en mejores condiciones al trabajar con niños (en varias ocasiones llegó con aliento alcohólico a causa de la media botella de vodka). El director de aquella escuela le había pasado por alto el aliento alcohólico de Paz muchas veces al saber de sus conflictos internos cuando en un par fiestas de la escuela, al tomar de más, lloraba y se sinceraba con él, pero esto había llegado al límite al recibir más y más quejas de algunos padres, y al escuchar como algunos alumnos se reían y burlaban de ella.
Y la tormenta siguió aquel día, cuando al llegar a casa, sumida en su tristeza y furia, su madre le reclamó al descubrir las botellas de vodka que escondía vacías en el clóset y ver el total desorden que albergaba su cuarto, furiosa, Paz grito a su madre -Eres una maldita desgraciada, siempre me dijiste que el mundo era un buen lugar y resultó ser una porquería, me mentiste, y además, me importa una mierda que seas mi madre, yo jamás te pedí nacer, jamás pedí venir a este maldito mundo, sólo nací porque tú andabas de ramera con mi padre que se largó seguramente porque lo fastidiabas igual que a mí- e inmediatamente se encerró azotando la puerta de su cuarto, dejando a su madre llorando y angustiada por su pobre hija. Lo que no sabía Paz, es que en realidad su padre no se había ido así como así, se había ido porque sufría una rara enfermedad que iba desgastando su cuerpo poco a poco, así que, para no hacer sufrir a su hija o a su esposa, un día tomó la terrible decisión de marcharse para no hacerlas sufrir.
Paz tumbándose a llorar y a gritar rabiando sobre su almohada, intentó calmarse un poco, tomó su teléfono celular e intentó llamar al chico que en aquel momento pretendía, en realidad se pretendían ambos pero los dos estaban un poco temerosos, aquello en realidad era más una cuestión absurda de nerviosismo de dar el primero paso. Ella marcó temerosa el número de aquel chico, que nunca contestó por la única razón de que lo había olvidado el teléfono en casa. Paz se sintió más angustiada, más temerosa, más rabiosa y furiosa que nunca, no sólo por todo lo que le había pasado aquel día, sino por su inseguridad y temor de que aquel chico quizá estuviera con otra, y de pronto, todo esto, toda esa tormenta de desesperanza, la hizo llorar más y más, lloraba y gritaba amargamente contra la almohada intentando ahogar no sólo su llanto y sus gritos, sino la falsa miseria que sentía.
Con todo esto a Paz le llegaron aquellos absurdos pensamientos que muchas veces le cruzaron, que el mundo estaría mejor sin ella, que sería mejor si estuviera muerta, si nunca hubiera nacido. Incluso una vez, hace muchos años, intentó cortarse las venas en el baño de la escuela, en aquella ocasión por fortuna una maestra que entró al baño se dio cuenta de la sangre que escurría en uno de los cubículos y logró ayudarla, aunque a Paz le dejó una gran cicatriz en una de sus muñecas que a menudo miraba cuando peor se sentía y a veces repetía -Me quiero morir- pensando que la muerte la llevaría a un estado de calma. Pero esta vez no, esta vez Paz quería encontrar la calma absoluta, quería encontrar de una u otra forma la paz de su nombre, quería poner fin definitivamente a todo su “sufrimiento”. Así que, tomó una botella de vodka que tenía escondida en un su lugar más secreto, en el tanque de agua del WC (para emergencias decía ella), dio unos sorbos a la botella, tomó un montón de pastillas para diversos males que tenía guardadas en un cajón, y las tomó y bebió al mismo tiempo.
Al principio sintió una enorme euforia, se sentía extasiada, poderosa, de pronto sintió un intenso frío y temblaba, pronto comenzaron a llegar unas contracciones estomacales terribles junto a un inmenso dolor que intentaba ahogar bajo las cobijas, comenzó a salivar en exceso a sudar frío, a babear espuma, las lágrimas le corrían a chorros y los ojos parecían salirse de sus orbitas. Y entonces empezó a sentir una extraña calma, logró cubrir con sus parpados sus dilatadas pupilas y no ver nada más que oscuridad, ella pensó que había encontrado la paz al fin, se sintió en una inmensa nada, flotando sobre una oscuridad total, pensó que eso era estar muerta, estar sumergida en una negrura infinita sin sonidos, prácticamente sin pensamientos más que la leve consciencia de estar ahí eternamente, como si fuera un estado de letargo, de hibernación semiconsciente. Entonces dio cuenta de que esa leve consciencia de estar ahí también comenzaba a esfumarse, y en su lugar una inconmensurable desesperación comenzó a surgir -¡No, no quiero morirme, no quiero desaparecer, no por favor, Dios! - y fue ahí que se dio cuenta de aquella frase estúpida que tantas veces espetó y mucha tanta gente con inmensa angustia también decía -Me quiero morir- sin pensar jamás que la muerte no iba a ser un estado de una especie de inconsciencia donde los problemas y sentimientos no existirían, que no flotaría en una nada carente de pensamientos en un estado de un aquí estoy sin pensar nada más. Y fue así que Paz se desvaneció a sí misma de forma lenta, que perdió la guerra en busca de la paz que tanto añoró por años, que en último instante quiso estar viva a pesar del dolor, sentir a su madre abrazándola y reconfortándola.
Pobre Paz que no encontró el significado de su nombre, si tan sólo no se hubiera guardado su guerra interna, si tan sólo la hubiera exteriorizado y dejar que otros la ayudaran a pelear, si tan sólo hubiera compartido su enorme angustia con su madre y amigos en vez de guardarlo todo, dejándose roer por dentro, si tan sólo se hubiera dado la oportunidad de decir: “¡Ayúdenme!”.
Foto por: nikko macaspac